Economía colombiana, sudando petróleo

El exministro Amilkar Acosta hace un análisis sobre las implicaciones de la guerra de precios del petróleo sobre la economía colombiana, en medio de la crisis mundial por el coronavirus.  

Por: AMYLKAR ACOSTA MEDINA*

31 de marzo de 2020.   Si algo caracteriza a los precios del petróleo es su volatilidad, y esta está determinada por los fundamentales del mercado y/o por las viceversas de la geopolítica. El caso más patético fue lo ocurrido a raíz de la Guerra del Yonkipur en octubre de 1973, que provocó una espiral alcista de los precios del petróleo desde los US $2.5 el barril de crudo ese año hasta los US $30 en 1979, para un alza del 1.200%. Desde entonces la tendencia de los precios del petróleo ha sido al alza, pero sin dejar atrás su volatilidad, al punto que, después de haber alcanzado su máximo histórico de US $146.50 el barril en julio de 2008, se desplomó hasta tocar piso en enero de 2016 bordeando los US $24 el barril.

Según la Agencia Internacional de Energía (AIE), se preveía que, a consecuencia del enfriamiento de la economía global, atribuible a la guerra comercial que el presidente Donald Trump le había declarado al resto del mundo, la demanda de petróleo en 2020 se reduciría, por primera vez desde 2009, aproximadamente en 90.000 barriles/día.

De hecho ya veníamos con una sobreoferta de crudo que presionaba el precio a la baja, lo que condujo a la OPEP y a otros 10 países más, encabezados por Rusia, a hacer causa común para atajar la caída de los precios. Con tal fin acordaron desde 2017 reducir su oferta y esta medida les venía funcionando, al punto que el año anterior el promedio del precio fue de US $64 el barril.

Con lo que nadie contaba era con que en los albores de 2020 se iba a desatar la pandemia del COVID-19 que, al obligar a tomar medidas extremas por parte de todos los países para contener su avance, se afectaron las cadenas de valor a nivel global, contagiando a la economía.

Llegamos al punto que, al limitarse la producción y circulación de personas, bienes y servicios, según la directora del FMI Kristalina Georgieva, “hemos entrado en una recesión igual o peor que la del 2009”. Y esta recesión, todavía en ciernes, afecta la demanda de petróleo arrastrando los precios a la baja, repitiéndose la historia de 2008, cuando la economía global tuvo un decrecimiento de -0.6% y los precios del crudo cayeron de un promedio de US 94.10 el barril en 2008 a US $60.86 en 2009.

Pero, como por la Ley de Murphy todo aquello que anda mal es susceptible de empeorar, el desencuentro entre Arabia Saudita, que lidera la OPEP, y Rusia, impidió que se extendiera el acuerdo alcanzado hasta diciembre de 2020 y desató una guerra de precios que ha puesto en jaque a los productores y exportadores de petróleo en todo el mundo.

Los precios del crudo se deslizaron desde los US $68.9 el barril de la referencia BRENT el 6 de enero de este año hasta los US $22.76 al cual se cotizó el 30 de marzo pasado, su menor nivel desde noviembre de 2002. Y no es para menos, luego de conocerse el anuncio de Arabia Saudita de llevar su producción a un nivel record de 10.6 millones de barriles diarios para el mes de mayo.

Bien decía Napoleón Bonaparte que cuando uno sube se puede detener, pero cuando baja es muy difícil detenerse; esto, para decir que no se vislumbran mejores precios para el petróleo en el inmediato futuro, máxime cuando, como afirma Eugen Weinberg de Commerzbank, “no hay ninguna señal de reconciliación entre Arabia Saudita y Rusia”. Cómo será que el impredecible Donald Trump se atrevió a espetar que “esta es una lucha entre Arabia Saudita y Rusia y ambos se volvieron locos”.

Arabia Saudita está convencida, como lo dice Andre Lebow de Commodities Research, que “con las mayores reservas de crudo y el bajo costo de su producción va a ganar” esta guerra y Rusia considera que está en capacidad de resistirla.

Los déficits gemelos

Así las cosas, la economía colombiana va a tener que soportar este año un choque externo a consecuencia de la caída de los precios del petróleo muy severo, después de cerrar el año anterior con los déficits gemelos a cuestas: 4.3% de déficit en la cuenta corriente de la Balanza de pagos y un déficit fiscal aparentede 2.5%.

De mantenerse los precios del crudo alrededor de los US $30 el barril por el resto del año, lo que es muy probable, y siendo que este renglón de las exportaciones representa el 40%, aproximadamente, se teme que el déficit de cuenta corriente puede llegar a superar el 5%. Huelga decir que también impactará el ritmo de crecimiento de la economía, toda vez que por cada US $10 que baja el precio del barril de crudo reduce en un 0.4 puntos porcentuales el crecimiento del PIB.

Además, si tenemos en cuenta que el precio de referencia que se tuvo en cuenta en la actualización del Plan financiero de 2020 fue de US $60.5 dólares el barril, la diferencia le pasará factura al Presupuesto General de la Nación (PGN) para la vigencia de 2020 por valor de $12 billones.

La situación se complicaría aún más el año entrante, dado que será entonces cuando se sentirá con todo su rigor el costo fiscal, por cuenta de las exenciones y beneficios tributarios a las empresas, de la Ley de crecimiento aprobada el año anterior, que se calcula en unos $10 billones y también la caída de los ingresos al fisco por concepto de impuesto de rentas, dividendos y regalías que paga la industria petrolera. Por cada dólar que baja el precio del barril de crudo se dejan de recibir $429.000 millones y por cada 10.000 barriles que se dejan de exportar se dejan de recibir $301.000 millones.

Colombia se verá afectada por partida doble, porque a la baja de los precios, que es ineluctable, se vendrá a sumar la caída de la producción y las exportaciones de crudo porque los pozos que produzcan a costos por encima de los US $30 el barril, que son muchos, seguramente dejarán de bombear. En suma, este bajonazo de los precios del crudo ha puesto a la economía colombiana a sudar petróleo.

Este cuadro tan amenazador fue el que llevó a la firma calificadora de riesgo S&P Global Ratings a rebajar la perspectiva desde estable hasta negativa, advirtiendo que “la perspectiva negativa indica la visión de los riesgos a la baja para las métricas fiscales y externas de Colombia durante los próximos 18 meses.

Ya a finales del año anterior otra firma calificadora de riesgo, Fitch, había ratificado también la calificación inversionista de la deuda soberana de Colombia, pero con perspectiva negativa, sustentada en el hecho que la misma “refleja los riesgos continuos para la consolidación fiscal y la trayectoria de la deuda pública, el debilitamiento de la credibilidad de la política fiscal y el aumento de las vulnerabilidades externas derivadas de los mayores desequilibrios externos y el aumento del endeudamiento.”

Como afirma Daniel Guardiola, economista de BTG Pactual, “la economía colombiana enfrenta un período desafiante, con un empeoramiento del déficit de cuenta corriente, un aumento del déficit fiscal, una desaceleración de la actividad económica y, finalmente, un deterioro de la calificación crediticia del país y tal vez la pérdida del grado de inversión.” Y estamos a un solo escalón de perderlo.

Una vez más, apelo a la frase del inversor y empresario estadounidense Warren Buffet, según la cual “sólo cuando baja la marea se sabe quien nadaba desnudo”, y lo que es claro es que, después del largo ciclo de precios altos del petróleo, que duró desde 2003 hasta junio de 2014, que no supimos aprovechar para corregir los déficit gemelos, la economía colombiana sigue dependiendo en exceso del crudo, sujeta a las oscilaciones de sus precios internacionales.

Bien dijo el Foro Económico Mundial (FEM) que “Colombia hace parte del grupo de países que debe capitalizar su amplia disponibilidad de recursos energéticos para que, de manera sostenible, pueda maximizar los retornos de la industria y apoyar una mayor diversificación de la economía.” Pero no se ha tomado nota de ello, sólo cuando sobreviene la destorcida de los precios del petróleo se plantea la necesidad de diversificar la economía, pero tan pronto repuntan deja de ser prioridad para el Gobierno de turno. Este debería ser un propósito nacional que se traduzca en una política de Estado y deje de ser política de gobierno.

*Exministro de Minas y Energía y miembro de número de la ACCE.

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