Colombia está en mora de tomar en serio el reto de la transformación productiva, que debe ir acompasada con la Transición Energética de la producción y uso de fuentes de energía de origen fósil hacia fuentes no convencionales de energía renovable (FNCER).
Por: AMYLKAR ACOSTA M.*
30 de agosto de 2020. Como lo resume muy bien la presidente del Consejo Privado de Competitividad Rosario Córdoba, se debe implementar “una estrategia para la recuperación, adaptación y preparación de Colombia a una nueva realidad, compuesta por estos cinco pilares: aparato productivo sofisticado y diversificado, empleo de calidad, hogares con redes de protección social, estabilidad fiscal y Estado fuerte, eficiente y transparente”, mucho más empoderado de lo que esta hoy.
Ello es más importante habida cuenta que, como lo sostiene Córdoba, “la acción del Estado ha sido fundamental para atender los retos generados en la crisis por la Covid–19 y será crucial para minimizar los efectos negativos a largo plazo y asegurar una recuperación rápida”.
Basta ya de buenos propósitos y de pactos voluntaristas por el crecimiento y el empleo que no conducen a ningún Pereira. Lo dijo con toda claridad el Foro Económico Mundial (FEM): “Colombia hace parte del grupo de países que debe capitalizar su amplia disponibilidad de recursos energéticos para que, de manera sostenible, pueda maximizar los retornos de la industria y apoyar una mayor diversificación de la economía”.
El país está en mora de tomar en serio el reto de la transformación productiva. Esta debe ir acompasada con la Transición Energética de la producción y uso de las fuentes de energía, altamente contaminantes, de origen fósil hacia las fuentes no convencionales de energías renovables (FNCER) y limpias.
Este es el camino para que la economía nacional se enganche y se acople a la cuarta revolución industrial (4.0), incorporando la digitalización, la Big Data y la inteligencia artificial (IA) en sus procesos, y de esta manera progresar en la productividad que, a juicio del Nobel de Economía Paul Krugman, tratándose de la competitividad “no lo es todo, pero a largo plazo lo es casi todo”.
Después de registrar en 2019 el mayor repunte en la década en el ranking internacional de competitividad (IMD), en 2020 el país retrocedió, perdiendo dos posiciones, ubicándose en el puesto 54 entre 63 economías objeto de esta medición.
El país está en mora de poner en práctica la Agenda Interna para la Productividad y la Competitividad (AIC) que se construyó desde las regiones hacia el 2007, con los ajustes que requiere después de más de una década de reposar en los anaqueles oficiales.
Desde las postrimerías de la administración Barco se identificaron los ejes fundamentales de la estrategia para asegurar el éxito de la AIC: la modernización, la reconversión y la relocalización industrial, de la mano con el desarrollo de la agroindustria concomitantemente con el estímulo y apoyo de la economía campesina.
Desde luego que la puesta en marcha de la AIC demandará, además de una estrategia, ingentes recursos del sector público y del sector privado, habida consideración que se requerirán mayores inversiones en infraestructura, nuevas industrias, bienes públicos, en ciencia, tecnología e innovación.
De allí la importancia del fortalecimiento y vigorización del Estado, así como de las alianzas público-privadas, con una perspectiva regional que propenda por el cierre de brechas tanto interregional como intrarregional, que son aberrantes en el país. Como lo afirma el Profesor Akash Goel, “cuando volvamos a estar juntos debemos aprovechar la oportunidad de reimaginar un camino diferente hacia delante”.
La secretaria Ejecutiva de la CEPAL Alicia Bárcena sostiene que “la recuperación debe ser distinta esta vez, basada en sectores verdes, con un gran impulso a la sostenibilidad o de economía verde”, la cual debe estar en el centro de la estrategia de reactivación, pues “estas inversiones alentarían la innovación, nuevos negocios y empleos decentes; efectos positivos en la oferta y demanda agregada en las economías de la región, superiores a los de los sectores tradicionales”.
Y añade que “si tomamos estas acciones, América Latina y el Caribe saldrán reforzados de esta crisis y podremos decir que fuimos responsables con la casa común que, como dice la Encíclica, se nos ha confiado”. Esta demostrado que, contrariamente a las suposiciones, las inversiones en una economía más sostenible generan más y mejores empleos.
Compartimos con George Soros que “no volveremos a donde estábamos cuando empezó la pandemia”. Se ha vuelto un lugar común decir que el mundo no volverá a ser el mismo después de esta pesadilla, pero ello hay que tomarlo en serio a riesgo de enfrentar otra peor, esta vez por cuenta del recrudecimiento de los fenómenos extremos que caracterizan a la variabilidad climática. Como bien lo dijo el periodista español Luis Bassets, “la crisis por el coronavirus puede ser el ensayo general para la próxima y más grave provocada por el cambio climático”. Retornar al pasado es retroceder.
Para Isabel Cavalier, directora de Transforma Global y estudiosa del cambio climático y el desarrollo sostenible, es fundamental que “las medidas de recuperación impulsen cambios en los patrones de nuestro sistema productivo, privilegiando sectores de energía limpia y decidiendo a qué sectores se les imponen impuestos y a cuáles alivios”.
Como afirma uno de los miembros del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), Germán Poveda, “la pandemia ha sido una bofetada a la especie humana. Nos ha puesto de presente la arrogancia del ser humano y nos exige una nueva relación con la naturaleza”.
Así pués, la reactivación deberá ser inteligente y sostenible, no volver al pasado con sus falencias y vulnerabilidades, que la crisis pandémica sólo exacerbó. Digamos con Einstein que “la crisis es la mejor bendición que puede sucederle a personas y países, porque la crisis trae progresos”.
*Ex ministro de Minas y Energía y miembro de número de la ACCE.