El último reporte del IPCC evidencia el reto y destaca múltiples opciones. En movilidad, ciudades más compactas, más viajes en transporte público, en bicicleta y a pie y la electrificación de flotas.
Por: DARÍO HIDALGO*
12 de abril de 2022. Cómo en la película “No mires arriba”, el cambio climático por emisiones de gases efecto de invernadero (GEI) de origen humano se hace tan evidente y visible como el meteorito de la película.
La ciencia, que hace tiempo lo viene confirmando, vuelve a indicarnos la gravedad del asunto, aunque por primera vez el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC por su sigla en inglés) muestra que el ritmo de emisiones de GEI se desaceleró.
El lío es que las emisiones siguen creciendo 54 por ciento frente a la línea base de 1990; y crecen todos los grupos de gases efecto de invernadero: el CO2 de quema de combustibles fósiles 67 por ciento, el CO2 por cambio de uso del suelo y pérdida de bosques 33 por ciento, las emisiones de metano 29 por ciento, los óxidos de nitrógeno 33 por ciento y los gases con fluoruro 254 por ciento.
El IPCC también muestra lo lejos que estamos de las metas que se acordaron en París. Si bien hemos estado por debajo de la media de las proyecciones previas de GEI (aunque dentro del rango de incertidumbre), los compromisos que los países han realizado ante conferencia de las partes (COP26), hacen muy probable que el incremento de temperatura global exceda 1.5 grados, y harán muy difícil que se logre mantener la temperatura global por debajo de 2 grados después de 2030. Vemos cómo se vuelve un tema irreversible, aunque aún tenemos una ventana de oportunidad de tres años para cambiar la tendencia.
El IPCC nos recuerda las consecuencias: eventos climáticos extremos más frecuentes (lluvias y sequías), inundación de áreas costeras e islas por elevación del nivel medio del mar, cambio de ecosistemas a gran escala, desaparición de especies, y crecientes dificultades para la humanidad, especialmente en los países de ingreso medio y bajo (nosotros).
En medio de esto, muchos gobiernos, especialmente los que más emiten, reducen los impuestos o aumentan los subsidios a los combustibles fósiles, en un intento vano y regresivo de controlar la inflación y mantenerse populares antes de la próxima elección (los que más subsidios reciben son los que más consumen, la población de altos ingresos).
La catástrofe global anunciada tiene algo de reversa si nos ponemos las pilas (literalmente). Por una parte, el ingenio humano y el emprendimiento han ido de la mano en los últimos años para abaratar tecnologías que ya nos están ayudando.
El costo de las celdas fotovoltaicas por unidad de energía generada cayó de un promedio de 600 dólares por MWh en 2000 a 50 dólares en 2020 (ya está por debajo del rango bajo de los combustibles fósiles), el viento en tierra firme de 150 a 40, el viento en el mar de 140 a 70 dólares por MWh en 20 años.
Al mismo tiempo el uso de estas tecnologías en conjunto pasó de cerca de cero en 2000 a más de 1400 GW instalados en 2020. Por su parte las baterías para vehículos de iones de litio, bajaron su costo de 1.400 dólares GWh a menos de 100 en los últimos 15 años, ya hay más de seis millones de carros eléctricos (aunque apenas es el 1% de los carros en el mundo).
Este tipo de desarrollos tecnológicos y de prácticas de consumo aún nos dan espacio para mitigar las graves consecuencias que hemos generado en el planeta, nuestra casa común. Si bien la contribución al problema es altamente diferenciada entre regiones, la solución nos corresponde a todos. En 2018 Norte América contribuyó con 19 toneladas de CO2 eq por persona (23% del total acumulado desde 1850), América Latina y el Caribe 9,2 (11%), Europa Occidental 7,8 (16%), y el Sur Asiático 2,6 (4%).
Y la solución pasa por un amplio portafolio de medidas, que incluyen la generación limpia de energía, agricultura más sostenible y conservación de bosques, edificios ecológicos, transporte de menores emisiones, industria más eficiente y mejor disposición de residuos sólidos y líquidos. Hay que hacer contribuciones en todos los sectores, aunque algunas acciones tengan mayor potencial y eficiencia económica que otras.
En términos de potencial, las mayores contribuciones están en la generación de energía con el sol y el viento, reducción de la deforestación, la captura de emisiones en agricultura, la restauración de ecosistemas, la electrificación de la industria, mejor eficiencia energética en la producción, nuevos edificios con alto desempeño energético, la reducción de las fugas de metano en la explotación de petróleo y gas y en la extracción de carbón, y la reducción de gases con fluoruro (principalmente usados en refrigeración y aire acondicionado), entre otros.
Si bien los rangos de contribución son inciertos (dependen de muchas variables) las investigaciones recogidas en el reporte del IPCC muestran una oportunidad de lograr los objetivos globales. La ciencia nos guía. ¿Haremos lo que se necesita?
Ahora bien, los costos asociados son variables. Los costos más razonables están en algunas tecnologías de generación solar y de viento, que ya son menores a la referencia (combustibles fósiles).
En transporte se pueden generar ahorros de costos netos y reducciones de emisiones con eficiencia energética (menor consumo por kilómetro), cambios de modo de vehículos individuales a transporte público y a bicicletas, optimización de logística de carga y eficiencia energética en la aviación. El cambio a vehículos eléctricos tiene potencial de mitigación similar al cambio modal, pero sus costos todavía tienen alta incertidumbre y no generan mejoras en movilidad (similar congestión e incidentes de tráfico, exclusión de población de menores ingresos). Los biocombustibles en el transporte tienen también potencial de mitigar GEI, pero con costos netos elevados, hasta 100 dólares por tonelada de C02 equivalente.
Colombia está avanzando una ambiciosa agenda para tener 51% de reducciones de GEI en 2030, respecto a la proyección de emisiones en 2030 en el escenario de referencia, y carbono neutralidad en 2050, aunque el reto requiera el trabajo e inversión conjunta de muchos sectores.
Al mismo tiempo, algunos actores clave insisten en que emitimos poco (0,6 por ciento de las emisiones GEI globales) y que nuestros problemas están en la pobreza e inequidad.
Muchas de las acciones prioritarias de nuestra política de transición energética coinciden con las indicaciones de potencial y precio identificadas en el informe del IPCC en los sectores de energía, agricultura, bosques e industria. En transporte, tal vez se ha dado mayor importancia e incentivos tributarios a la electrificación de flotas, que a la eficiencia energética y al cambio modal. También se mantiene el GNV como combustible de transición, lo cual trae ventajas en emisiones locales en corto plazo.
El próximo gobierno puede reforzar la agenda de descarbonización en el transporte impulsando más transporte masivo y en bicicleta, con inversión en más infraestructura de prioridad, e-buses y trenes.
*Profesor de Transporte y Logística de la Universidad Javeriana e Investigador del CREE.