En un país donde los debates públicos suelen ser capturados por la polarización y la inmediatez, mi posición política se resume en una convicción profundamente humana y técnica: Colombia puede transformarse si ponemos en el centro la confianza, la geología y la energía. No como eslóganes, sino como pilares estructurales de un nuevo pacto social con el territorio y con nosotros mismos.
Por: FLOVER RODRÍGUEZ-PORTILLO*
Hablar de geología es hablar del país desde su raíz más literal. Es reconocer que nuestra historia, nuestra economía y nuestras oportunidades están inscritas en las rocas, los suelos, los volcanes, las montañas y las cuencas sedimentarias. Es entender que el subsuelo no es un enemigo, sino un libro abierto que nos explica por qué tenemos agua, por qué tenemos biodiversidad y por qué tenemos recursos energéticos que, bien gestionados, pueden financiar nuestro desarrollo sostenible como sociedad. La geología, lejos de ser una ciencia oculta, es la cartografía del desarrollo posible.
Pero la ciencia por sí sola no transforma naciones. La confianza es el mineral más escaso de Colombia. Sin confianza en las instituciones, en la información técnica, en las comunidades, en los procesos de participación y en la capacidad del país para hacer las cosas bien, cualquier conversación sobre energía o desarrollo será siempre un monólogo estéril. La confianza no se decreta: se construye. Se construye con datos, con presencia territorial, con diálogo activo pero respetuoso, con pedagogía y con una comunicación honesta que no infantiliza a la ciudadanía. Construir confianza no es una postura suave; es una postura política, profundamente política, porque redefine las reglas del juego democrático.
Y es ahí donde entra la energía. No hablo únicamente de petróleo, gas, carbón, eólica, solar, geotermia o hidrógeno. Hablo de un sistema energético como columna vertebral de la estabilidad económica, la competitividad, la adaptación al cambio climático y la seguridad nacional. Colombia no puede darse el lujo de improvisar su política energética ni de convertirla en un campo de batalla ideológico. Necesitamos rigor técnico, visión de largo plazo y una coexistencia de energéticos basada en evidencia y responsabilidad territorial. La energía no es un fin: es un habilitador del país que queremos.
Por eso sostengo que geología, energía y confianza no son temas sectoriales. Son la política —la buena política— que Colombia necesita. Una política que no teme hablar de complejidades, que reconoce que el territorio es diverso, que entiende que el desarrollo es tan social como técnico, y que asume que los ciudadanos no somos enemigos, sino aliados en la construcción del futuro.
Mi posición política es simple y contundente: Colombia se transforma si hacemos del conocimiento geocientífico, de una política energética seria y de la reconstrucción de la confianza social los tres ejes de nuestra conversación nacional. No hay camino más estable, más responsable y más honesto para enfrentar los desafíos de este siglo. Y no hay tarea más urgente.
*Director Ejecutivo de la Asociación Colombiana de Geólogos y Geofísicos de la Energía.